La ira


No se está tan mal arrodillado bajo la mesa, cubierto de cristales, considerando que un metro por encima un exempleado grita y dispara erráticamente una escopeta. Al caos sobre su cabeza se añaden las descargas de la policía, que intenta desesperadamente abatir al tirador.
Instintivamente entiende y comparte la ira de su excompañero. Por eso le decepciona su aparatosa caída final, los espasmos de agonía junto al temblor de sus propias manos, tan cerca de la escopeta humeante.
Decide que hay algo injusto, inconcluso, en el silencio que sigue.
Se levanta lentamente, sujetando el arma, dispuesto a finalizar el trabajo.

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