Los duelistas, según lo previsto, se reúnen en lo alto de la colina. Les acompañan sendos padrinos, un maestro de armas y cuatro testigos. Como amanece sobre la ciudad, el grupo pierde un rato en admirar cómo el cielo reverbera entre rosáceos y ambarinos, proyectando espectacularmente la mañana sobre los cúmulonimbos.
– Qué barbaridad. Qué bonito.
Hay un murmullo general de asentimiento. Nadie está de humor para muertos bajo un cielo así.
Hay un murmullo general de asentimiento. Nadie está de humor para muertos bajo un cielo así.
– Por cierto, con el madrugón se me han olvidado las pistolas – reconoce alguno.
El agraviado frunce el ceño, un poco por cumplir.
Pero todos dan por buena la mañana.
El agraviado frunce el ceño, un poco por cumplir.
Pero todos dan por buena la mañana.