El problema es que lo ha visto todo. La botella de whisky que obtiene milagrosa movilidad y cae en el cajón. Y el golpe de ese mismo cajón al cerrarse, empujado por la mano, bajo el puño de camisa bien planchado, que se extiende en forma de brazo corto y rollizo y termina en el torso de toro de su jefe.
Mantiene los ojos estúpidamente clavados en el espacio que ocupaba la botella y donde ahora no hay nada, solo un vacío que tira de él poderosamente hacia dos ojos brillantes, entrecerrados y furiosos.
– Morales, ¿no sabe usted llamar?