Sin soltar el volante, parpadea para limpiar el sudor que le llega a los ojos. A su lado circula un tráfico lento e interminable. Llega con una hora de retraso a la reunión, ya le han llamado tres veces pidiendo explicaciones. El coche por cuya plaza lleva esperando diez minutos maniobra con una torpeza exasperante pero no quiere presionarle, es una frágil promesa. Ha tenido que ahuyentar a muchos conductores carroñeros, pero finalmente el coche se aleja y ella acelera hacia su espacio. Es un vado de garaje. Pronto el coro de claxons acompaña su llanto en el vehículo inmóvil.