El vampiro inició un recuento de creencias erróneas sobre su especie. Entraba habitualmente en iglesias y llevaba al cuello un crucifijo. Le gustaba el ajo, carecía de colmillos agudos, los espejos respondían a su imagen. El sol era simplemente molesto para su piel albina. Entraba en cualquier casa sin ser invitado y nunca se había podido transformar en animales, mucho menos en niebla. Su inmortalidad nunca había sido probada debido a una vida sedentaria y estaba aun dentro en la esperanza de vida humana. Quedaba el ansia de sangre.
¿Y si solo era – se horrorizó – un simple demente?
¡Qué genio!