Durante su infancia imaginaba el estanque redondo como la gigantesca pupila de un ojo monstruoso que espiara el cielo. Por la noche, las estrellas se distorsionaban en la superficie, intranquila por la brisa del verano y el vibrar de los insectos. Temblaba el reflejo, como si el ojo buscara algo. A veces se atrevía a sentarse y sumergir allí los pies, con el miedo y secreta esperanza de que aquello le atrapara y sumergiera hasta un frío fondo fangoso, lleno de secretos atrapados por la mirada. Pasados los años, le pareció el mejor lugar para hundirse atado a la piedra.
Mas adelante hay un cuento sobre un buzo que parece la continuacion de este 🙂