Ese universo tuyo de costumbrismo irónico, desengaños de baja intensidad y microdesgracias burguesas, me toca mucho los cojones, ¿sabes? Porque para ser un artista hay que sufrir de verdad. Hay que pasar hambre, sed, rechazo, hay que suplicar por un polvo, sangrar por tus ideales, traicionarte a ti mismo y purificarte a través del dolor. Y tú no haces nada de eso, tú no revolucionas tu entorno. En tu obra no hay conflicto, es puro formalismo. Y seguramente es normal, hijo, porque solo tienes siete años. Pero por ahora será mejor que no me preguntes si me gustan tus dibujos.